“La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar por que sí”. Eduardo Galeano, tan lúcido, escribió esto hace más de 20 años para pintar un momento del fútbol que parece ir en un tobogán infinito en la búsqueda de exprimir al máximo la mente y el cuerpo de los que patean la pelota. Por esa razón, llama tanto la atención, rompe los ojos y nos hace cosquillas en el alma ver jugar a Jhon Rentería.
“Largala”, le grita alguien desde la tribuna mientras otros miramos diciendo: “¿Estás seguro que querés que la largue?” El colombiano tuvo otra de esas tardes inspiradas en las que la pelota parece estar pegada a su pie izquierdo con una especie de cable o bluetooth, directamente alineado a su cintura, para dejar desparramados a los rivales.
Enganches, tacos, caños, pases, también pases, porque el tipo además asiste, formaron parte de la playlist que no terminó traduciéndose en un resultado positivo por cuestiones del destino ya que un tiro suyo dio en el palo y el penal que le cometieron no lo pudo concretar Fede Paradela.
Rentería, Jhon Rentería Arias, juega como si estuviera en el patio de su casa: arranca en campo propio por la derecha, engancha hacia adentro, se frena en seco, deja a dos rivales en el camino, abre a la izquierda y se va al área, donde vuelve a recibir de Paradela para girar y rematar de derecha.
Lo empujan cada vez que recibe, le hablan, lo amedrentan, pero sigue. Pide la pelota y vuelve a encarar: parece que no va a poder entre tres, sin embargo, la pelota sigue a milímetros de su pie zurdo en un cancha que está perfecta pero a la que le falta agua porque, si la cancha hubiese estado mojada, probablemente hubiera terminado adentro del arco con pelota y todo.
“Por suerte -concluye Galeano en su cuento ‘El fútbol’- todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.
La pregunta seguirá siendo qué hicimos para que, en la tierra de los atorrantes gambeteadores, nos llame tanto la atención un muchacho colombiano de Juradó. Pero mientras intentamos contestarla, habrá que delitarse con sus gambetas, aunque alguien me apunte al oído: “Disfrutalo porque después de este partido no lo ves más en Reserva”.
Nota: Federico Galván.
Foto: Prensa CAS.









