Iván Delfino llegó a Sarmiento el siete de octubre de 2017 para reemplazar a Fernando Quiroz, quien había descendido con el equipo desde Primera División y luego de un mal arranque en la Primera Nacional fue despedido. Sin embargo, había tenido otra posibilidad anteriormente en el inicio de la pretemporada de lo que fue la última campaña en la máxima categoría. Él junto a Gabriel Schurrer eran los candidatos para asumir el cargo de entrenador y según cuentan estaba todo decidido en la mesa chica para que sea el sunchalense pero de un momento a otro Fernando Chiofalo sorprendió y contrató al ahora técnico del Blooming.
Qué hubiera pasado con Sarmiento si llegaba en aquel momento es algo que nadie puede saber, lo cierto es que desde aquel primer partido frente a Gimnasia y Esgrima de Jujuy, Delfino dirigió otros 82 encuentros con 39 victorias, 26 empates y 17 derrotas.
En esos tres años y dos meses que duró su estadía (el tiempo que más se mantuvo en un club) se podrá decir que armó equipos que jugaban directamente para los puntas, que tuvo otros que intentaban generar un poco más de juego pero todos contaron con ese espíritu competitivo que lo llevó a jugar tres finales en ese período.
Pero más allá de los resultados y en busca del porqué generó equipos que nos acostumbraron a mirar la parte superior de la tabla de posiciones, propios y extraños destacan el aspecto estratégico del DT. Saber qué va a suceder en un partido antes de empezar es algo que desvela a los entrenadores y él daba en la tecla seguido. Tener esa mirada previa muchas veces le hizo cambiar de posición a algún jugador para explotar un sector de la cancha donde sabía que se iba a generar el espacio. Hoy, en tiempos donde todo se mide y los datos estadísticos adquieren relevancia, él revalorizó la capacidad de observación y el tacto con el jugador para sacar lo que quería de cada uno.
Además, esa capacidad de observación y la experiencia de haber transitado por el ascenso durante años le desarrollaron un “olfato” que a veces parece intangible pero que en otros momentos se materializa. Cuentan que en la previa de un partido con Instituto les dijo a algunos jugadores que cuando desborden por la línea de fondo amaguen a tirar el centro y pateen al arco porque Arce solía anticiparse en buscar el centro. Conclusión: gol de Villalba al primer palo cuando el arquero lo descuidó para buscar el envío atrás.
Esa misma mirada que lo llevó a que en un momento de campeonato pasado se hiciera costumbre el cambio antes de comenzar el segundo tiempo ya que veía cosas que no le gustaban y no esperaba al arranque del juego para dar un golpe de timón. Para reflejar el resultado basta con contar la cantidad de goles que hizo en los segundos tiempos en la primera ronda: 20 de los 28 que anotó.
Gran parte del mérito de haber disputado tres finales también está en los grupos que armó, en el cuerpo técnico que formó y en la capacidad de adaptarse a los cambios continuos de una temporada a otra en la que se le iban los mejores jugadores y sin embargo, con un presupuesto considerablemente menor que sus competidores, siempre se las arregló para potenciar a futbolistas que antes de debutar ya eran cuestionados por dirigentes e hinchas. La referencia inevitable son los goleadores. Desde Lucas Paserini, pasando por Nicolás Orsini, Pablo Magnín y ahora Jonatan Torres, fueron jugadores que no arribaron con estadísticas que rompieran los ojos pero todos se destaparon con la camiseta del Verde.
Fueron tres años en los que el mundo del fútbol cambió su mirada sobre Sarmiento. El Verde dejó de ser un protagonista importante de la Primera B para ser uno de los candidatos al ascenso a la A en la previa de cada torneo.
Iván Delfino no había estado más de una temporada en ningún equipo y parecía haber encontrado su lugar profesionalmente hablando y visto desde afuera, aunque su apego a la familia, pronunciado con lo sucedido por la pandemia, lo hacían mirar hacia Sunchales cada vez más seguido y cada vez que podía lo manifestaba. Eso, sumado a un desgaste en la relación con la cúpula dirigencial, que le faltó tacto para estar en momentos sensibles y que “no acompañó el crecimiento futbolístico”, fue una combinación perfecta para que el DT emigre a buscar aires nuevos, con viejos conocidos, cerca de sus afectos y en Primera División.
Por Federico Galván.