Por Martín Echave
Las tribunas explotaban dentro de un rectángulo de juego, que para esa fecha aceptaba visitantes. Varios equipos, varias banderas varias opciones. Parecía una casa de apuestas en la que todos ofertaban para ver con quien finalmente me quedaba. Recuerdo que muchos hacían el trabajo fino en la semana, para que al momento de la decisión me inclinara por una u otra alternativa, aprovechando mi inocencia y temprana edad. Mi viejo se oponía a regalos anticipados de determinados colores, y los terceros participes apelaban a la libertad de expresión sin demasiadas presiones. Había de todo, pero como suele suceder en cualquier situación característica, cada uno tiraba para el lado que le convenía. Muchos llegaban desconcertados, porque ante pruebas pilotos de preguntas y respuestas, siempre ponía en duda mi decisión definitiva. Era domingo, y no fue ocasional, porque como todo futbolero, no podía ser otro día, aunque inconscientemente yo me hubiese inclinado por un sábado vespertino. Era el mes de octubre y en una fecha especial. Después del almuerzo, y luego de una larga e interminable previa con todos los condimentos posibles, llegaba la hora de la respuesta final. Me colgaron frente a mis ojos la variedad de camisetas con sus escudos respectivos, y ante el silencio a rajatabla al que se habían prometido acudir, llego la pregunta del juez designado para escuchar de mi voz la decisión definitiva:
VOS, ¿DE QUIÉN SOS?
Miré a los costados observando las muecas y los gestos direccionales. Hice sordo a mi oído de un tramposo que quiso romper con las reglas. Caminé en dirección a la única dama presente en el acto, y en un grito seguro tomando su mano, respondí : ¡¡¡DE SARMIENTO!!!!, pero también soy de ¡MAMÁ!