Sarmiento 80: el recuerdo del Bocha Boianelli en primera persona

Por Juan Boianelli

Difícil expresar en unas pocas palabras todo lo que significa para mí el año 1980. La culminación de mi carrera en el club con un logro de tamaña envergadura.
Y digo culminación porque ese también fue el año de mi despedida. Y culminación significa que hubo un antes; en el que pasé por distintos procesos futbolísticos que sería injusto callar, porque hay una infinidad de amigos, grandes jugadores, que también son merecedores de reconocimientos.

Pero “el hombre es él y las circunstancias”. Y a mí me tocó estar en el plantel del 80.
Se me ocurre resaltar algunas pocas cosas, porque abarcarlo todo es imposible.
Me cuesta todavía, eso sí, elaborar el cómo, después de 40 años, los que lo integramos seguimos llamándonos, enviándonos mensajes, cotidianamente. Los de allá y los de acá. Los pocos que éramos del club y los de afuera. Hoy, sin temor a equivocarme somos todos de un mismo lugar. El fútbol y Sarmiento nos unió.

El año 1979 había sido con altibajos. Al concluir la temporada se empezó a escuchar sobre la posibilidad de formar un gran equipo. Desde lo individual yo estaba alejado de todo lo concerniente a ello. Recuerdo que la dirigencia me avisó que las prácticas comenzarían un poco antes de lo común; y yo pedí permiso para incorporarme unos días después porque estaba de viaje.
Éramos unos pocos al comienzo. Luciano (Polo), José María (Lorant), el Chino Benítez, Miguelito (Álvarez) y los chicos de las inferiores que empezaban a ser conocidos.
De a poco comenzaron a llegar los nuevos. Si mal no recuerdo, entre los primeros Palito (Ortega) y Toti (Iglesias). Britapaja también fue de los primeros.
Practicábamos en doble turno. Temprano por la mañana y a eso de las cinco por la tarde. Duro y a las órdenes del Gallego Rodríguez Lorenzo, exigente pero eficaz.

Recuerdo algo, que el día de la víspera de los 40 años del partido con Banfield se lo confesé por primera vez a Toti. Practica de fútbol. Venía un centro, sobre el arco de Gandini. Saltó el bestia éste –yo lo tenía de frente- y con los ojos bien abiertos metió un cabezazo hacia el rincón, abajo, hacia donde él quería. Entonces, le dije a uno de mis compañeros: “Creo que con éste pasamos por Tesorería”. Y así fue.

Como flashes rememoro la aparición del “Lobo” Fisher. Un personaje. Las charlas por la noche, cuando en algunas oportunidades me tocó compartir con él una habitación del hotel. Un tremendo jugador y un gran tipo.
El profesionalismo de Roberto Espósito. Alguna discusión que tuve con él. La personalidad del Choclo (Peracca). La fuerza contagiante del Grillo (Romero).
Podría referirme a cada uno de los del plantel. Si hablo de algunos, como en el caso, tienen derecho a enojarse los otros. Pero ellos saben que los quiero a todos por igual.
Necesitaría escribir un libro de varios tomos; y habría un capítulo para cada uno.
Pienso en el primer partido, contra Argentino de Quilmes. Recuerdo ahora, a pesar del mal trago porque perdimos, que fui el primer capitán. Ese día el brazalete estaba en mi brazo. Un pequeño orgullo.

Y de a poco se formó un gran equipo. Doy un salto por sobre la grave lesión que me mantuvo inactivo por unos meses y que no me permitió estar a pleno durante el resto del año.
Pero rescato lo más valedero. A pesar de ello, todos sin excepción me contuvieron y permitieron estar como uno más. Hasta el último momento todos, sin excepción, fuimos parte de esa locura que fue Sarmiento a la A en 1980.

El partido con Banfield. Junín estaba ahí. Chacarita y la fiesta del pueblo. Cuando entré al vestuario, en la locura que era eso, me encontré con el “Lobo”. Me dio un abrazo como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Eso fue el plantel del 80.
Y yo estuve ahí. Gracias a la vida que, entre tantas cosas que me dio, también me hizo ese regalo.

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