Un abrazo de corazón Verdolaga

El reloj marca 36 minutos y Sarmiento sigue en el mismo lugar en donde estuvo todo el segundo tiempo: en el borde y por momentos adentro del área propia. “Salí, salí”, grita Mancinelli cuando la pelota es despejada más allá de la mitad de la cancha. Todos buscan un respiro. Se miran desorbitados, casi sin poder contestar. Se agarran la cintura. Graciani ya tiene las medias bajas desde hace un buen tiempo y como dice el propio jugador “cuando me bajo las medias me quedan 10 minutos, me dicen mis compañeros”. Vismara abre grande los ojos, mira hacia a un lado y hacia a otro. La Bruja tampoco puede hablar pero utiliza la cabeza para intentar que no se separen las líneas, una de cuatro (la defensa) y otra de cinco (los mediocampistas). Los minutos pasan como horas y las pelotas siguen cayendo en el área. Al que sí le quedan fuerzas para gritar es a Vicentini, que le protesta al árbitro y ordena a sus compañeros después de, como cada partido, haber intervenido un par de veces para salvar la caída de su arco. Garnier, ya en la cancha (volvió después de un desgarro y de resentirse del mismo) y ubicado de medio de contención intenta contagiar: repliega, bascula, llega y se frena, evita el lanzamiento y alienta a sus compañeros. Ahora faltan cinco y el equipo encuentra un oasis en el desierto: una jugada que termina en el arco rival con Sara sacando el remate de Franzoni. En la siguiente “le cae” a Fornari que ensaya un tiro débil.
Descansan los defensores. Inhalan el poco aire que encuentran pero todavía falta y Rafaela continúa apretando. “Dale Pelado que faltan cinco”, le grita un periodista a García aprovechando la proximidad que dan las cabinas, separadas dos metros de la línea lateral, luego de una escalada que terminó en el área de enfrente. El de Villegas parece no tener respuestas y para colmo de males Copetti se vino a jugar a su posición, aunque al delantero solo le queda la esperanza de meter un buen centro. El control para el perfil derecho y el envío parece una acción fácil de neutralizar pero ya se juegan 45 y las piernas no responden. Encima el árbitro adiciona cinco más. La pelota queda picando, García la quiere tirar tan lejos como puede porque está en el borde del área pero falla y queda picando en el mismo lugar. Salvareschi, con firmeza sale en su auxilio y despeja. “Se le rompió el reloj”, pensará.
Del otro lado Castet se las tiene que ver con Portillo, uno de los fresquitos que ingresó, que además cuenta con la complicidad de Blondel para desdoblarse. Pico arranca en puntas de pie, se tira al piso, utiliza los brazos, tanto que le reclaman penal sobre Bieler. Cualquier cosa sirve a esa altura para que no llegue otra pelota más. Pero llega. Parece de arena el reloj y cuando parece que el cuerpo no responde siempre hay un estímulo más.
A este Sarmiento desde hace un tiempo le cuesta todo. Se le va el técnico en el medio del campeonato, hace un primer tiempo de novelas ante Tigre y termina 1-1, sufre y pierde a su goleador para ganarle a Defensores. Empieza el juego con La Crema, genera situaciones, no se mete atrás y de repente, en el segundo tiempo, otra vez a vivir adentro del área.
Ahora ya van 49:40 y todos miran al árbitro. Desde el banco de suplentes le ruegan que lo termine. Cruzan los brazos extendidos como diciendo “no va más”. La pelota vuela en el cielo de Rafalea que antes estuvo negro pero que ahora está limpio, como si fuese un guiño para El Verde que jugará otra final porque Baliño decreta el final. Abajo, en el césped, García se deja caer arrodillado, destruido pero emocionado. Se toma la cabeza con las dos manos como no pudiendo creer, luego la cara y el que corre para fundirse en un abrazo es el capitán, Garnier, que volvió después de cinco fechas. Toda una postal.

Por Federico Galván.

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