El lugar común de la infancia de muchos de los chicos, y ahora también cada vez más las chicas, en Argentina está relacionada a una pelota de fútbol. Decir que somos un país futbolero es tan repetitivo como cierto. Pero hay lugares donde ese tipo de vínculo entre el ser humano y el objeto redondo se multiplica. Juan Carlos Gho fue jugador de fútbol y ahora es entrenador. Esa relación con el deporte la heredó su hijo Joaquín, prácticamente desde que llegó a este mundo ratificando aquello que decía Serrat: “A menudo los hijos se nos parecen, así nos dan la primera satisfacción…”. Esa pasión también fue acompañada por su mamá Silvana, aunque “la Furia”, como lo llamaban en sus inicios, hacía gala de ese sobrenombre: “De chiquito me enojaba cuando me daba algunas indicaciones, no lo escuchaba tanto pero después, cuando fui creciendo, me di cuenta el por qué me lo decía. Es hermoso porque el fútbol nos une mucho”, narra el mediocampista.
Más allá de la pasión por el juego y su vínculo, el primer acercamiento al fútbol profesional no fue el ideal aunque seguramente fue enriquecedor. Tenía apenas 12 años y la inmensidad de Boca Juniors posó sus ojos en él. “Fuimos con el club Rivadavia, quedamos con otro chico, tuvimos una primera prueba, después teníamos que quedarnos una semana para entrenar con los chicos que estaban ahí, me mandaron una foto del cumpleaños de mi hermana, extrañé, y decidí volverme a Lincoln”, reconoce.
Dos años más tarde la vida le dio otra oportunidad de color verde. Tenía 14 años cuando llegó a Sarmiento y ahí otra vez fue fundamental el apoyo de sus padres que lo traían desde Lincoln para cada entrenamiento hasta que un día se decidió: “Los dos primeros años viajaba porque extrañaba y ya en 2019 tomé la decisión de vivir en Junín”.
A partir de allí fue todo vértigo porque la pandemia aceleró los procesos y de practicar en séptima pasó sin escalas a integrar el plantel de Reserva y Primera. “A fines de 2019 tuve unos entrenamientos con Reserva, después llega el Covid, me llamaron para que sea sparring de la Primera y terminé debutando (28/12/2020). Nunca pensé que se iba a dar de esa manera y tan rápido como sucedió”. Ese día que Mario Sciacqua lo llamó en la cancha de Deportivo Riestra y le dijo que haga las mismas cosas que en el entrenamiento no tomó real dimensión de lo que estaba pasando y aún hoy tampoco. “A veces me pongo a pensar todo lo que me pasó en tan pocos años y es algo que soñaba, que miraba a jugadores de mi edad que debutaban y me tocó a mí que dejé tantas cosas de lado y siempre tuve el sueño de jugar al fútbol. Me acuerdo que estábamos con uno menos, el Tano (Graciani) se acalambró, y después terminamos ganando”, cuenta.
El camino del futbolista muchas veces tiene obstáculos y en estos últimos meses le tocó superar uno de los difíciles. El tres de septiembre de 2021 la Reserva jugaba la décima fecha en la cancha de Lanús y a los 28 minutos Joaquín se revolcaba de dolor en el área. Días más tarde se confirmaba la ruptura del ligamento cruzado anterior de su rodilla izquierda y allí comenzó un nuevo desafío. “Al principio cuando fui a ver al médico fue durísimo, no lo podía creer por los meses que lleva la lesión: ocho meses fuera de las canchas para cualquier futbolista es muy feo. Los primeros meses fueron complicados pero siempre estuve acompañado por todos, no lo sufrí y pasó rápido; además me ayudó mucho hacer la recuperación a la par de Yamil (Garnier)”.
Este miércoles el linqueño de 19 años comenzará una nueva pretemporada de cero con la ilusión intacta de ser uno más del plantel y de volver a patear la pelota como cuando daba sus primeros pasos pero ahora con un objetivo bien diferente y ambicioso: establecerse en la Primera División del Verde.
Texto: Federico Galván.
Foto: Mariano Morente.